Por Jaime Alberto Leal Afanador, rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, UNAD // El siguiente es un extracto del informe presentado por el autor al Consejo Superior de la UNAD: La formación universitaria en América Latina: certezas e incertidumbres sobre la inequidad social en el continente, y publicado en El Observatorio de la Universidad Colombiana, de donde lo reproducimos. //
Las expectativas sobre la III Conferencia Regional de Educación Superior CRES eran muy altas en cuanto al abordaje de nuevos desafíos educativos para afianzar el papel de nuestras universidades de cara a la dinámica generada por la globalidad como referente clave de las actuales sociedades del conocimiento, de la información y del aprendizaje, como un conjunto de nuevas perspectivas gestadas para el Siglo XXI.
Mi interés al participar no solo como conferencista sino como observador me permitió seguir evaluando de manera crítica y objetiva el panorama contextual y conceptual en el cual se moviliza la educación superior de nuestro continente y, a la vez, continuar con la visibilización estratégica de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia – UNAD.
El primer impacto de la Conferencia fue positivo, al encontrar una organización atenta al detalle por parte de los estudiantes y funcionarios de la institución anfitriona, la Universidad Nacional de Córdoba, y quienes se regocijaban con la celebración del centenario del Movimiento Reformista o la Reforma de Córdoba, de 1918.
El segundo impacto, en cambio, fue algo frustrante, y me lo causó la exagerada valoración, en diversos espacios de foro y debate, por parte de reconocidos académicos y rectores, con una marcada ideologización de izquierda y de extrema izquierda, que incitaba a una rebeldía y una resistencia hacia los actuales estados o gobiernos por ellos llamados ”neoliberales”. Fue un sentimiento generalizado con el selecto grupo de rectores colombianos que compartieron conmigo el escenario de la Conferencia. Estábamos presenciando la resurrección de las ideas que -en 1918- dieron origen al reconocido Manifiesto de Córdoba por la libertad de hombres y mujeres, y que medio siglo después -en la Francia de 1968- integró luchas conjuntas hacia nuevas reivindicaciones entre obreros y estudiantes, quienes se consideraban víctimas del imperialismo y la “industrialización de las sociedades”.
Hoy, cien años después, estos académicos formulan una nueva lucha contra el imperialismo, el mercantilismo y el neoliberalismo, y reclaman, entre otras reivindicaciones, la gratuidad educativa. Este es un hecho real, que aunque considero justo, es de un anacronismo inocuo, ya que no es producto de una postura estratégica y políticamente viable de cara a los serios déficits sociales y fiscales existentes en nuestro continente, y que las estadísticas así reflejan:
Factor 1 Cobertura Poblacional: según la División de Población de las Naciones Unidas, la región tiene una población cercana a los 654 millones de habitantes, de los cuales, informa el documento “Panorama Social de América Latina. 2013” de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe – CEPAL, el 27,9% permanece en condición de pobreza, y el 11,5% está en condición de indigencia. Esto pese a que el alcance de la educación en nivel primario es del 93%, en nivel secundario del 79% y en nivel terciario del 57%.
Factor 2 Inequidad Educativa: en algunos países del continente, de acuerdo con el informe “Situación Educativa en América Latina: Hacia la educación de calidad para todos. 2015” de la UNESCO, uno de cada tres adolescentes de 15 a 19 años no terminó la enseñanza primaria, y casi la mitad de los jóvenes de 20 a 24 no completaron la educación secundaria.
Factor 3 Tasa de Participación de la Población Joven: según lo indica el informe anual de 2015, presentado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas – UNFPA, en el continente son 109 millones de personas entre los 15 y los 24 años. De ellos el 32% solo estudian, el 38% solo trabajan, el 14% estudian y trabajan y el 19% ni estudian ni trabajan.
Factor 4 Equidad Social: según las cifras del Banco Mundial para el 2016, el comparativo de la región, el cual se expresa de 0 a 1, en donde UNO es la mayor inmovilidad y CERO la mayor movilidad; muestra que ninguno de nuestros países tiene una valoración menor a 0,4, siendo Honduras, Colombia y Brasil los casos más preocupantes, con 0,54, 0,53 y 0,52 respectivamente.
Factor 5 Empleabilidad Digna: de acuerdo con las cifras del informe anual de 2016 que presentó la Oficina Internacional del Trabajo – OIT, en el continente hay cerca de 134 millones de personas en la informalidad, casi el 50% de la fuerza de trabajo. Y al mismo tiempo los salarios medios reales han caído en cerca de 1,3%.
En estos factores están los verdaderos retos que la institucionalidad educativa latinoamericana debe exigirse y también debe responsabilizarse dentro de parámetros claros por ser más eficiente administrativa y financieramente; por ser más productiva socialmente; y por ser más competitiva académica e investigativamente hablando; todo ello de cara a las manifestaciones problémicas de nuestra competitividad social para impactar positivamente la pobreza y la exclusión endémica de nuestros pueblos.
La UNAD se ha autodeclarado y trabaja con orgullo como una universidad popular, que se reconoce en la innovación, respeta la tradición en lo que es menester, y afianza en su quehacer la participación colectiva para hacer visible la democratización del saber. No desde ataques retóricos al capitalismo y al neoliberalismo, pues ellos no son los enemigos a vencer, como se pensó hace cien años, a lo mejor con razones de fondo. Hoy todo es diferente y la constante es el cambio; es como si las Universidades no fuéramos parte clave de dichos Estados y no nos debatiéramos conscientemente para salir de esas posturas endogámicas y ortodoxas que hasta hoy, y de manera autocrítica, reflejan estática social de la Universidad Latinoamericana y por ende de la gran mayoría de sus sociedades.
Además, es indispensable que actuemos en contexto. Debemos hacer la necesaria contrastación con el papel de otras universidades de entornos geográficos como el asiático, el europeo y el norteamericano, y ver cómo la evidente decadencia de la Universidad en nuestra región, en particular se da porque ésta se mantiene arraigada en un pensamiento contemplativo de la realidad social y de sus estáticas realidades internas, y en una acción casi nula de su papel transformador en la mentalidad crítica y activa de sus propias comunidades educativas.
Resultan ingenuas las posturas que reniegan de la capacidad del emprendimiento universitario, de la investigación aplicada a fines resolutivos de problemas estructurales de nuestros pueblos y de sus comunidades; de ignorar la presencia visible y necesaria de la Universidad privada; de pensar en afianzar resistencias y de llamar a la subversión porque la Universidad pública es blanco del “engendro neoliberal, capitalista y mercantilista”.
Los fantasmas que tristemente acompañan la retórica explícita de esta Conferencia Regional de Educación Superior están en las mentes de aquellos que insisten en creer que el mundo no ha cambiado. Pero nuestros verdaderos retos y desafíos están visibles y no son nada diferentes a la exclusión educativa y por ende social; a la escasa pertinencia de nuestro quehacer académico e investigativo; y a la innovación a la que no nos atrevemos a emprender, por el temor al cambio de lo instituido y al confort que para muchos representa el estar y no el hacer nada para servir.
El Acuerdo de Bologna -Italia-, en 1999, que reestructuró para bien el devenir de la Universidad Europea y su articulación, no es una expresión de mercantilización como algunos pretendieron mostrarla en la CRES. Bologna refrescó el andamiaje de la Universidad europea y reactivó para bien, con reglas claras, la productividad universitaria; América Latina no puede seguirse relegándose de otras regiones por posturas retrogradas y anacrónicas de su deber ser en la sociedad del conocimiento, no puede volver a más de lo mismo, luego de su grito de rebeldía con causa en la misma Córdoba hace ya cien años.
Hace 10 años, en Cartagena – Colombia, se realizó la II Conferencia Regional de Educación Superior y desde entonces ya se planteaba este “listado de quejas”. Una década después, la expresión de Córdoba se antoja más regresiva que la misma declaración de Cartagena. Mientras miramos hacia la virtualización, los estándares mundiales, las buenas prácticas, las nuevas formas de gobierno, la consolidación de nuevas relaciones disciplinares y el reconocimiento de nuevas modalidades de estudios, entre otros aspectos, para la dirección universitaria que incidió en la Declaración de Córdoba, sólo vive el espíritu revolucionario de 1918 y lo demás es como si no existiera.
Es por lo menos triste escuchar las referencias a Marx sobre el poder de la tenencia de la tierra, como si estuviéramos ligados por siempre y para siempre a la época oscurantista del feudalismo; llamar a la resistencia y a la hostilidad sobre el capitalismo, resulta absurdo en la lectura sociológica y epistemológica de la sociedad actual, aquella que nos demanda nuevas miradas, nuevas lecturas y, por supuesto, nuevas visiones, que, entre otras, deben ser:
La apertura de las mentes universitarias y de la sociedad toda para afianzar el cambio estructural de la integralidad de los sistemas educativos latinoamericanos.
La renovación de nuestra comprensión de las coordenadas tempo-espaciales para incorporar nuevos modelos pedagógicos en la concepción de una nueva ecología de los aprendizajes.
Las nuevas dinámicas curriculares donde el proceso de reconocimiento de problemáticas estructurales de la sociedad sean el referente clave de la nueva formación disciplinar e interdisciplinar.
La proyección social, que no extensión universitaria, soportada en el impacto de la formación pertinente y la investigación e innovación aplicada.
El saber social como garantía de la formación integral y solidaria.
La comprensión sobre la evolución sistémica de la organización educativa.
No soy quién para cuestionar posturas rigurosas como las de connotados académicos que estuvieron en la CRES de Córdoba, pero creo que el estar por cerca de quince años como Rector de una Universidad pública como la UNAD, me permite reafirmar la necesaria conexión que debe tener nuestra Universidad Latinoamericana con los desafíos y las encrucijadas que hoy nos plantea la sociedad del conocimiento. Como bien lo formula el maestro Claudio Rama, conocedor a fondo de nuestra realidad educativa regional, es menester reconocer las nuevas tipologías de la universidad latinoamericana: ”Universidades innovadoras, Universidades de docencia diversificada, Universidades internacionalizadas, Universidades virtuales o en red”, en fin un sinnúmero de posibilidades todas ciertas y presentes en nuestra contemporaneidad.
No se puede taxativamente discriminar a la interacción Universidad con la Empresa como una promiscuidad, como una alianza letal que desaparecerá para siempre a la Universidad; todo lo contrario, esta interacción la hará más pertinente como bien social derivado del bien común.
Los llamados que escuché para afianzar posturas defensivas y radicales ante el presunto ataque a la Universidad como bien común por parte del neoliberalismo, me parecen desafortunados y desenfocados. No podemos en América Latina volver a las fuentes ideológicas de Karl Marx en la defensa de una ruptura epistemológica que hoy es caduca, que controvierte e ignora a los verdaderos nuevos desafíos que debemos enfrentar: la exclusión, la inequidad y la falta de pertinencia.
La Universidad Latinoamericana Moderna es la que expresa una mayor conciencia sobre su ser actual y su visión, y es la que desarrolla modelos organizacionales y pedagógicos acordes con su responsabilidad por el equilibrio social. Sólo así podrá aportar para que América Latina y Centroamérica nunca más sean “el patio de atrás” de otras ponderosas naciones del orbe.
No podemos permitir que nuestro futuro educativo lo siga marcando la subversión ideológica como llamado histórico a la resistencia; a lo mejor estuvo bien hace cien años, pero hoy no es válido. Tampoco podemos permitir que el llamado de la “red sur-sur” sea la respuesta al denominado “acoso neoliberal”. Es todo lo contrario: abordar la educación red en América Latina desde los desafíos que nos impone la sociedad del conocimiento, y los retos para cerrar las brechas gestadas por la ortodoxia y la obsolescencia de una Universidad en alto riesgo de fallecer por sus incompetencias propias, más que por los enemigos fantasmas del capitalismo, el imperialismo y el neoliberalismo.
A luchar sí, claro, eso es propio de la génesis universitaria, pero por una Universidad que sea conciencia crítica y actuante de las sociedades latinoamericanas y que sea reconocida mundialmente por su accionar dinámico en la resolución de las problemáticas que hoy tienen a nuestros pueblos inmersos en la miseria económica, intelectual y moral.